La Doctrina, según Dostoievski.

"Expongo la idea de que todos los legisladores y guías de la humanidad, empezando por los más antiguos y terminando por Licurgo, Solón, Mahoma, Napoleón, etcétera; todos, hasta los más recientes, han sido criminales, ya que al promulgar nuevas leyes, violaban las antiguas, que habían sido sagradas para la sociedad y transmitidas de generación en generación, y también porque esos hombres no retrocedieron ante los derramamientos de sangre (de sangre inocente y a veces heroicamente derramada para defender las antiguas leyes), por poca que fuese la utilidad que obtuvieran de ello.


Incluso puede decirse que la mayoría de esos bienhechores y guías de la humanidad han hecho correr torrentes de sangre. Mi conclusión es, en una palabra, que no sólo los grandes hombres, sino aquellos que se elevan, por poco que sea, por encima del nivel medio, y que son capaces de decir algo nuevo, son por naturaleza, e incluso inevitablemente, criminales, en un grado variable, como es natural. Si no lo fueran, les sería difícil salir de la rutina. No quieren permanecer en ella, y yo creo que no lo deben hacer.


Ya ven ustedes que no he dicho nada nuevo. Estas ideas se han comentado mil veces de palabra y por escrito. En cuanto a mi división de la humanidad en seres ordinarios y extraordinarios, admito que es un tanto arbitraria; pero no me obstino en defender la precisión de las cifras que doy. Me limito a creer que el fondo de mi pensamiento es justo. Mi opinión es que los hombres pueden dividirse, en general y de acuerdo con el orden de la misma naturaleza, en dos categorías: una inferior, la de los individuos ordinarios, es decir, el rebaño cuya única misión es reproducir seres semejantes a ellos, y otra superior, la de los verdaderos hombres, que se complacen en dejar oír en su medio palabras nuevas. Naturalmente, las subdivisiones son infinitas, pero los rasgos característicos de las dos categorías son, a mi entender, bastante precisos. La primera categoría se compone de hombres conservadores, prudentes, que viven en la obediencia, porque esta obediencia los encanta. Y a mí me parece que están obligados a obedecer, pues éste es su papel en la vida y ellos no ven nada humillante en desempeñarlo. En la segunda categoría, todos faltan a las leyes, o, por lo menos, todos tienden a violarlas por todos sus medios.


Naturalmente, los crímenes cometidos por estos últimos son relativos y diversos. En la mayoría de los casos, estos hombres reclaman, con distintas fórmulas, la destrucción del orden establecido, en provecho de un mundo mejor. Y, para conseguir el triunfo de sus ideas pasan, si es preciso, sobre montones de cadáveres y ríos de sangre. Mi opinión es que pueden permitirse obrar así; pero..., que quede esto bien claro..., teniendo en cuenta la clase e importancia de sus ideas. Sólo en este sentido hablo en mi artículo del derecho de esos hombres a cometer crímenes. (Recuerden ustedes que nuestro punto de partida ha sido una cuestión jurídica). Por otra parte, no hay motivo para inquietarse demasiado. La masa no les reconoce nunca ese derecho y los decapita o los ahorca, dicho en términos generales, con lo que cumple del modo más radical su papel conservador, en el que se mantiene hasta el día en que generaciones futuras de esta misma masa erigen estatuas a los ajusticiados y crean un culto en torno de ellos..., dicho en términos generales. Los hombres de la primera categoría son dueños del presente; los de la segunda del porvenir. La primera conserva el mundo, multiplicando a la humanidad; la segunda empuja al universo para conducirlo hacia sus fines. Vive donc la guerre éternelle..."

Yo, Cumbio



La vida según Cumbio.


Su verdadero nombre es Agustina Vivero, tiene diecisiete años y posee naturalmente dotes de liderazgo, que ejerce a diario desde su sitio, sin reparos, sobre miles de jóvenes argentinos que sueñan con ser como ella, y la aman incondicionalmente.

Agustina presenta el 4 de diciembre su libro Yo Cumbio, la vida según la flogger más famosa del país, de editorial Planeta, que estará disponible en todas las librerías del país y en quioscos de revistas. Y la controversia no se hizo esperar: fanáticos y tibios han ensamblado una discusión que abarca posturas muy extremas, que van del "yo lo voy a comprar! la amo a agus es todo aii q gniial la amooo!!", al "CUMBIO SOS UNA HIJA DE MIL PUTA CONCHUDA DEL ORTO PUTA PUTA METETE EL LIBRO EN LA CONCHA FORRA, DE SE VA ATRATAR EL LIBRO? DE COMO PONES FOTOS EN TU FLGO? ANDATE A LA PUTA QUE TE PARIO"...

Ella, por su parte, se halla en el clímax de su orgiástica carrera: mientras se prepara su película (a estrenar), rechaza una propuesta a diputada (ofrecida por cierto partido político que ella se negó a explicitar), y a la vez, participa de una campaña contra el SIDA.
Agustina dice que su libro le ha consumido muchísimo tiempo, y abarcará distintas temáticas políticas y sociológicas. En sus palabras, el libro habla "de todo (política, violencia, moda, tribus); y lo estoy haciendo con un ‘escritor fantasma’, en realidad, con el periodista que yo elegí" (¿Lanata, Santo Biassati, Elio Rossi?, habrá que esperar).

Se nos hace preciso discernir entre lo genuino y lo vacuo en este tipo de debates, y consideramos indiscutible que Agustina es una muchacha digna de elogio, y todos aquellos que se dedican a difamarla y defenestrarla no son más que idiotas realizando tibiedades, y como tales, han de ser cubiertos de vituperio.


Enhorabuena, Agustina!; desde este espacio te decimos: cada vez que alguien te moleste, no dudes en ponerte en contacto con nosotros. Te deseamos mucha suerte con todos tus proyectos, y te mandamos un beso grande y muchos saludos a tu mamá y a tu novia.

Carta al Señor Legislador de la Ley sobre Estupefacientes

Señor legislador de la ley 1916 aprobada por el decreto de Julio de 1917 sobre estupefacientes, eres un castrado.
Tu ley no sirve más que para fastidiar la farmacia mundial sin provecho alguno para el nivel toxicómano de la nación porque:

El número de los toxicómanos que se aprovisionan en las farmacias es ínfimo.
Los verdaderos toxicómanos no se aprovisionan en las farmacias.
Los toxicómanos que se aprovisionan en las farmacias son todos enfermos.
El número de de los toxicómanos enfermos es ínfimo en relación a los toxicómanos voluptuosos.
Las restricciones farmacéuticas de la droga no reprimirán jamás a los toxicómanos voluptuosos y organizados.
Habrá siempre traficantes.
Habrá siempre toxicómanos por vicio de forma, por pasión.
Los toxicómanos enfermos tienen sobre la sociedad un derecho imprescriptible que es el que se los deje en paz.

Es por sobre todo una cuestión de conciencia.
La ley sobre estupefacientes pone en manos del inspector-usurpador de la salud pública el derecho de disponer del dolor de los hombres; en una pretensión singular de la medicina moderna querer imponer sus reglas a la conciencia de cada uno. Todos los balidos oficiales de la ley no tienen poder de acción frente a este hecho de conciencia; a saber, que más aún que de la muerte, yo soy el dueño de mi dolor físico, o también de la vacuidad mental que pueda honestamente soportar.


Lucidez o no lucidez, hay una lucidez que ninguna enfermedad me arrebatará jamás, es aquella que me dicta el sentimiento de mi vida física. Y si yo he perdido mi lucidez la medicina no tiene otra cosa que hacer sino darme las sustancias que me permitan recobrar el uso de esta lucidez.
Señores dictadores de la escuela farmacéutica de Francia ustedes son unos pedantes roñosos: hay una cosa que debieran considerar mejor; el opio es esta imprescriptible e imperiosa sustancia que permite retornar a la vida de su alma a aquellos que han tenido la desgracia de haberla perdido.
Hay un mal contra el cual el opio es soberano y este mal se llama Angustia, en su forma mental, médica, psicológica o farmacéutica, o como Uds. quieran.

La Angustia que hace a los locos.
La Angustia que hace a los suicidas.
La Angustia que hace a los condenados.
La Angustia que la medicina no conoce.
La Angustia que vuestro doctor no entiende
La Angustia que quita la vida.
La Angustia que corta el cordón umbilical de la vida.






- antonin artaud
primero lo hacemos, después vemos qué subimos y qué dejamos de subir

Del verbo tibiar:

tibio, bia

1. adj. Templado, entre caliente y frío:
quiero que el agua de la bañera esté tibia.
2. Poco intenso y apasionado:
hizo una tibia defensa de sus argumentos.
3. poner tibio a alguien loc. col. Insultarle o criticarle, ponerle verde:
no pierde la menor ocasión para poner tibio a su jefe.
4. ponerse uno tibio loc. col. Darse un hartazgo:
me puse tibio de costillas en aquel restaurante.
5. loc. col. Ensuciarse mucho:
se puso tibio de grasa después de estar arreglando el coche.

gente amiga