Manifiesto.

Sería inexacto definir La Máquina de Hacer Discursos como una banda -en todo caso, es inexacto el pretender definir las cosas, mas (desgraciadamente) así nos lo exige nuestro intelecto. Podríamos, mejor, intentar definirla como una actividad: cuanto más amplio el concepto mejor definido queda el objeto (el trabajo, la pedofilia, orinar, hacer música, son actividades, como cualquier otra).
El disco bien podría empezar con un poema, recitado, que durara quince minutos.

La estética del mal viaje no puede identificarse con lo triste, distorsionado, ruidoso, perverso, insensible, inenarrable, insoportable, aunque debe poseer una porción considerable de cada uno de estos ingredientes. No puede reducirse, tampoco, al mal gusto. Debería más bien funcionar como un juego de contrastes entre todos los elementos que puedan desagradar a un auditorio desprevenido, y muchos de los que puedan, a su vez, agradarle (pero estos sólo en tanto que sirvan para reforzar el efecto de lo espantoso). Ahora bien, esto que perseguimos no debería ser despertar el sentimiento de lo desagradable en más alto grado, sino el sembrar una semilla de angustia en la más profunda entraña de todos aquellos oyentes para quienes las cosas tienen un sentido. Consideraremos como lo más apropiado el camino de la exacerbación: llevar al extremo lo ridículo de nuestra realidad, lo patético y vergonzoso de nuestra razón toda, lo irónico de nuestra existencia. Nosotros seremos -posiblemente- por lejos los más patéticos.
Mas no lograremos nada de esto sino removiendo de raíz todo confortable sentimiento de previsivilidad: no podemos definir la actividad (la música) a que aspiramos, pues si pudiéramos, no sería ya lo que buscamos. Nuestro fin nos es desconocido a nosotros mismos. Nuestro proyecto es un no-proyecto. No podemos planificarlo, podemos solamente llevarlo a cabo. Esto lo hace, a su vez, irreproducible: el concepto de canción es lo primero a ser destruido. Es un mito amplia y asquerosamente esparcido el que una canción pueda (y deba) ser reproducida idénticamente numerosas veces. Cada reproducción (la palabra misma lo impone) es una nueva construcción del objeto. Syd Barret, deliberadamente, jamás toco la misma canción dos veces de la misma manera. Todo lo que produzcamos, si lo hemos hecho acorde a nuestros deseos, será de tal naturaleza que nos exceda y escape completamente a nuestras manos.

Lo que nos moviliza es menos el amor al arte que la repulsión a la moral. Un manifiesto y un principio ético precederán nuestra actividad; actividad que no ha de cerrarse en un molde: se abrirá al infinito en el sentido más impreciso del término. Cada nota, cada golpe, cada acorde, cada frase que comprenda nuestras letras ha de ser un punto de fuga por el cual puedan crecer y desarrollarse múltiples elementos, todos interrelacionados, que se desenvuelvan en un mismo plano (letra y música, forma y contenido, han de ser opocisiones que nos causen náuseas). El todo no puede reducirse a la suma de las partes, pues no hay todo ni hay partes; habrá, si tenemos suerte, un creciente murmullo que devenga insoportable.


No pretendemos con esto cambiar el mundo (más aún: despreciamos profundamente a todos los que lo pretenden) : el mundo se cambia solo, a sí mismo, constantemente, a cada segundo.
Nosotros nos contentamos simplemente con empujar al suicidio a algún adolescente.

Comments

1 Response to "Manifiesto."

Pedro. dijo... 4 de diciembre de 2009, 12:26

mi nombre clave va a ser Heraclítoris, y cuando aparezca no sé qué va a suceder ni me importa.

Del verbo tibiar:

tibio, bia

1. adj. Templado, entre caliente y frío:
quiero que el agua de la bañera esté tibia.
2. Poco intenso y apasionado:
hizo una tibia defensa de sus argumentos.
3. poner tibio a alguien loc. col. Insultarle o criticarle, ponerle verde:
no pierde la menor ocasión para poner tibio a su jefe.
4. ponerse uno tibio loc. col. Darse un hartazgo:
me puse tibio de costillas en aquel restaurante.
5. loc. col. Ensuciarse mucho:
se puso tibio de grasa después de estar arreglando el coche.

gente amiga